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Histeria colectiva

como si camináramos en el parque

La tienda de discos & libros usados es una de las cosas que más me alegra de la ciudad, allí me siento más grande y más sana. El olor de páginas viejas, ancianas... me inspiran, las historias dentro de las historias. ¿Cuántas personas a través de los años han leído esos libros? ¿en cuántas estanterías han estado? ¿qué han presenciado? Si los libros pudieran hablar más allá de lo que hablan me dirían los secretos de la naturaleza y de los hombres, me contarían sus desventuras, los años en los que fueron árboles, lo que conversaban los obreros y artesanos que los ensamblaban, las vidas de quiénes los leyeron. Estoy segura que de poder preguntarles acerca de su contenido no sabrían de qué se tratan, no conocerían al autor más allá de la información de la contra portada.

Hoy salí por vez primera en muchos días (prefiero no contarlos). CJ fue conmigo. Le regalé un libro, su cumpleaños fue hace un par de meses pero lo celebró sin mi (yo estaba lejos de aquí) – hoy él no tenía dinero así que compré “La insurrección del ghetto de Varsovia” apenas cruzábamos la puerta para salir se lo entregué acompañado de un escueto ‘feliz cumpleaños’. No sirvo para discursos, él tampoco, nos entendemos bien en silencio. Vimos muñecas de trapo, me gustó una más que las otras así que la compré, el precio fue razonable y su belleza valía cualquier precio (enhorabuena que fue algo que pude pagar).

Luego pasamos cerca de una iglesia, había una procesión, una dramatización de la pasión de Cristo. Soldados romanos (con las faldas rojas y los escudos dorados en el pecho) llevaban sometido a un imitador de Cristo (¡hubiera sido genial hacer lo mismo con uno de Elvis!) – dimos unas vueltas, cuando volví (sin CJ esta vez) Cristo había muerto y tres soldados romanos cargaban la cruz de madera de vuelta a la iglesia, no era una cruz de utilería de tan sólo ver a esos hombres sentí su peso.

Volví a mi piso, escuché a Glen Miller, tomé sangría. Fue delicioso, ese momento, casi todos los momentos del día. La noche también. Un poco menos de miedo, hacía mucho tiempo que no me sentía así, quizás el aire fresco o la polución, no lo sé, pero hubo algo en mi salida, el surrealismo de la procesión, el olor de los libros, la compañía de CJ, el calor de la calle, el ruido, la gente. No sé, había tanta vida alrededor. Quizás sea temporal, esta energía que tengo, pero deseo salir más a menudo. Al enfrentar mi miedo, este se hace más pequeño sea cual sea. El temor sigue allí, encasillado pero su tamaño disminuye y mi vida aumenta.

Anna O.

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